La leyenda de la hija del diablo en Sombrerete

Esta leyenda data de la época de la colonia, en plena Inquisición, cuando llegaron a la localidad dos mujeres solas, Doña Juliana y Lucy, la hija era la mujer más bella de la región.

Llamó de inmediato la atención de Don Manuel de Ordoñez, el más rico minero de la región y miembro de la corte inquisitoria, estuvo tan llevado de la belleza de Lucy que enseguida pidió la mano, la cual le fue negada por la madre de la joven.

El hombre, acostumbrado a conseguir lo que quería con su riqueza y poder, amenazó a Doña Juliana con lograrlo a como diera lugar. Don Manuel sacó un frasco de veneno y lo entregó a su sirviente indicándole que vertiera su contenido en el abrevadero de los animales asegurándose que nadie lo viera y que al mismo tiempo propagara la noticia que en el pueblo había dos mujeres nuevas que eran brujas.

Al día siguiente, amanecieron los animales muertos y Don Manuel corrió la voz que aquello era obra de brujas, que Doña Juliana y Lucy eran tales brujas y hechizaron a todos los animales.

Don Manuel fue a ver a las mujeres y les dijo que se corría un rumor en el pueblo sobre su condición maligna, pero que a cambio de la mano de Lucy él se encargaría de borrar toda sospecha que recaía sobre ellas y no serían acusadas de herejía.

Doña Juliana, muy ofendida, lo enfrentó, le dijo que se fuera y que la mano de su hija no la tendría nunca. Don Manuel en represalia las hizo detener en los calabozos públicos por brujas.

Llegó el día del juicio y las mujeres aseguraban su inocencia, pero el pueblo decía haberlas visto volar en escobas, participar de aquelarres y todas esas cosas que se inventa un pueblo en medio de una histeria colectiva ocasionada por la pérdida (la muerte del ganado), e incentivada por el odio que sembró Don Manuel en la colectividad.

El mal hombre dio su veredicto: culpables. Lucy, al ser sentenciada maldijo a todo el pueblo y juró que su padre vendría a acabar con el pueblo, porque ella era hija de Lucifer.

Fueron quemadas en la hoguera. Al día siguiente comenzó la furia del maligno. Don Manuel y su sirviente amanecieron muertos, con una mueca de espanto en sus rostros que perduró más allá de la vida. Poco a poco fueron muriendo todos aquellos que injustamente declararon haber visto a las brujas volar o alguna otra cosa inventada que las condenó.

Por las calles del pueblo silbaba un viento ensordecedor. Algunas personas arrepentidas de su maldad y la falsa acusación, fueron a pedir ayuda al cura de la parroquia para ver cómo salir de aquella maldición de Lucy. El cura les dijo que colocaran una cruz bendita sobre sus puertas y ventanas para que el diablo no entre.

Sin embargo, el diablo igual se paseaba de noche por las calles de Sombrerete queriendo cobrar más víctimas. Evidentemente, esto no fue suficiente y por ello volvieron con el cura, pues había que erradicar por completo al diablo del pueblo. El cura les dijo que entonces deberían colocar cruces más grandes ahora, pero en todas las áreas que circundan el pueblo para blindarlo.

Cuenta la leyenda que desde entonces hay quienes afirman que gracias a eso el diablo ya no entrará al pueblo por las cruces dispuestas alrededor de todas las montañas y laderas, otros dicen que el diablo más bien no ha podido salir del pueblo, rodeado de tanta cruz y sigue en Sombrerete, sólo que más taimado para pasar desapercibido.


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